Los alumnos son producidos por la fuerza de nuestras palabras que se colocan en ese lugar, a medias entre mente y cerebro (psique/biología) y se reproducen: hablamos/nos escuchan, hablan/se escuchan. Es un acto de transferencia y también de creación. Todo un curso para convivir con alumnos y palabras.
En nuestras clases vamos encontrar palabras/alumnos con alas, instalan la utopía sobre el pupitre; palabras/alumnos que reflejan nuestro sentir; palabras/alumnos que se quedan en la punta de la lengua, no terminan su proceso creador/comunicador; palabras/alumnos que aseguran nuestra identidad profesional; palabras/alumnos que rebotan de un lado para otro, no terminan de asentarse porque no encuentran su sitio; palabras/alumnos que nos sonríen, nos miman, nos leen nuestro conciencia y sentimientos; alumnos/palabras insonoras, solo captamos su presencia ausente; palabras/alumnos poliédricos, nos desconciertan con sus mil reflejos imprevistos; alumnos/palabras débiles, denuncian la contundencia de las imposiciones académicas; palabras/alumnos contradictorios, escriben azul con letras rojas; alumnos/palabras vicarias que en un proceso de ventriloquia nacen en nosotros sin pertenecernos; palabras/alumnos que siempre están dispuestas a enhebrar vivencias colectivas de nuestras clases; alumnos/palabras con futuro indefinido que nacen en el presente determinado; palabras/alumnos, lapsus lingüísticos, que nos sorprenden; palabras/alumnos, cantos rodados que reflejan los golpes de la ideología y de la publicidad.
Las personas nos construimos con las palabras, somos palabras.
¡Cállense que empieza la clase de lengua!, no es una buena manera de empezar una clase.